El arte de sanar dragones

Dicen que los dragones no confían en los humanos. Que sus escamas son más duras que el acero y que su fuego no distingue entre enemigo o aliado.
Dicen también que las sanadoras no deben cargar espadas. Que las cicatrices deben curarse, no ganarse en batalla.

Yo creí esas historias... hasta que el destino me obligó a elegir entre la vida que conocía y un mundo que jamás había soñado.

La primera vez que sentí un corazón de dragón latir bajo mis manos, entendí dos cosas:
que la medicina no siempre sana... y que, a veces, lo único que puede salvarte es la magia que arde en tu propia sangre.

Y esa noche, mientras el cielo se encendía de llamas y sombras, juré que no volvería a huir.
Porque yo no nací solo para sanar.
Nací para luchar.
Nací para arder.