La niebla era densa, tan espesa que parecía tragarse el tiempo. En medio del enfrentamiento contra Zabuza y Haku, donde la sangre y el acero hablaban más que las palabras, Sasuke la vio.
Tsuki emergió como una sombra entre sombras, silenciosa, letal, su mirada fija en él como si el resto del mundo no existiera. Había pasado demasiado desde la última vez que sus caminos se cruzaron, y aun así, para Sasuke, fue como si jamás se hubieran separado. El filo de su kunai brillaba bajo la luna, pero lo que realmente lo desarmó fue la intensidad de su presencia.
Ella, que alguna vez había sido apenas un eco de su pasado, ahora se erguía como la pieza más valiosa en el tablero de su destino. El mejor peón de Zabuza.
En el corazón de la batalla, cuando todo debía reducirse a estrategia y venganza, algo distinto se encendió en él. Una obsesión peligrosa, ardiente, que lo hizo olvidar el frío de la niebla y el filo de la muerte. Tsuki era fuego oculto en la noche, era la luna iluminando su guerra, y Sasuke lo supo con certeza: no iba a permitir que desapareciera de nuevo.
Porque aunque la batalla lo consumiera, aunque la oscuridad reclamara su alma, había encontrado en ella algo que no pensaba soltar jamás.
Lucifer no era exactamente la persona que Alastor hubiera elegido para ayudarlo. Sin embargo, ahora que lo había hecho, podía sentir la maldita necesidad de regresarle el favor.
El nunca debía favores.
Su sombra, por otro lado, veía curiosidad ante aquel ser tan peculiar que pretendía ser el más poderoso de todo el infierno.
Una situación llevó a otra, y pronto la sombra de Alastor se encontró flotando en sensaciones que el demonio de la radio no comprendía. Pero que irremediablemente empezó a sentir a la vez.
¿Su sombra se había enamorado de Lucifer?