Dazai había empezado octavo junto a Chuuya, y desde el inicio se notaba lo cercanas que eran. Siempre iban juntos a las clases, compartían los mismos pasillos y hasta parecían tener un ritmo propio, como si uno no pudiera dar un paso sin que el otro lo siguiera. Almorzaban uno frente al otro, se reían de las mismas cosas y jugaban como si el tiempo no tuviera prisa en pasar.Esa rutina, tan natural y constante, fue lo que hizo que Dazai comenzara a ver a Chuuya de una manera distinta. No era solo la compañía, ni las bromas, ni la costumbre de estar siempre juntos. Había algo más: un brillo especial en su sonrisa, una calidez en su voz, y esa sensación extraña que le llenaba el pecho cada vez que Chuuya lo buscaba con la mirada.Dazai lo sabía. Le gustaba Chuuya. Lo sentía cada vez que reían juntos, cada vez que el silencio entre ellos no resultaba incómodo sino todo lo contrario, cómodo, como un refugio. Pero lo que no sabía, y lo que le hacía dudar constantemente, era si Chuuya también sentía lo mismo. Tal vez sí, tal vez no. Y esa incertidumbre se volvió su secreto más guardado, algo que escondía detrás de su sonrisa mientras seguía caminando a su lado como si nada pasara.