En lo más profundo de LandetKin, el Regerium ordena desviar el cauce subterráneo de Ecahtotl para alimentar sus forjas. Lo que inicia como un proyecto técnico, con decretos fríos y registros burocráticos, pronto se convierte en una pesadilla de ecos interminables, voces que nadie pronunció y sombras que parecen moverse cuando nadie las mira.
Los Gorvok excavan, los Filitoi vigilan y los Aedigun calculan, pero la caverna responde. El río, rojizo y espeso, palpita como si respirara; los túneles devuelven golpes que nadie dio; y de los techos caen criaturas aladas, deformes, que cazan en silencio y desaparecen en la oscuridad.
El Regerium llama accidentes a los derrumbes, supersticiones a los rumores, interferencias a las grabaciones. Pero los registros ocultos cuentan otra historia: una lucha desigual contra seres que no solo resisten, sino que aprenden.
Cuando el río finalmente fluye hacia las forjas, el triunfo es proclamado. Sin embargo, entre cadáveres flotando y ojos brillando en la profundidad, permanece una certeza: el río obedece. Ellas no.