13 parts Ongoing ---
No supo en qué momento exacto entró. Tal vez fue una brisa contaminada, tal vez una caricia sucia de aire. El ántrax no llegó como una explosión, sino como un secreto mal contado. Se instaló en su cuerpo como un huésped educado: sin ruido, sin drama, sin avisos.
Primero le robó la voz. No de golpe, sino poco a poco, como si cada palabra se deshiciera en su garganta antes de nacer. Luego vino el cansancio, ese que no se va con sueño ni con café. Era como si sus huesos empezaran a olvidar que alguna vez fueron fuertes.
La piel también empezó a traicionarlo. En su brazo, una herida pequeña -insignificante al principio- se convirtió en un recordatorio oscuro de que algo lo estaba reclamando desde adentro. Era negra, silenciosa y perfecta. Como una viuda. Como una lápida.
El dolor no era físico. Lo real era lo otro: la sensación de que su cuerpo ya no le pertenecía. De que algo lo habitaba y lo iba vaciando. Como si su alma estuviera siendo desalojada, lenta y elegantemente, por un invasor invisible.
El ántrax no lo mataba. Lo borraba.
Lo convertía en eco.
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