28 de Septiembre, una y media de la tarde, Stuttgart. Mi regreso a casa después de una noche desenfrenada en el local de Black no fue muy agradable.
Mi padre había cambiado la cerradura de la puerta y mis llaves no podían abrirla.
Le di una patada a la puerta y fui hacía mi coche, al cual quería mucho más que a cualquier ser vivo que me rodeara.
Mi padre me había echado de casa como un perro.
Sabía lo que quería, joder, sí.
Me gustaba como era, me gustaba jugar a ser Dios, me gustaba pelearme, sentir la sangre de otros salpicarme, sentir el dolor, verlo, palparlo, también sentir el placer del sexo puro, brusco, brutal.
Encontrar un juguete con el que jugar el tiempo que tuviera que aguantar allí estaría bien. Un Muñeco, un bonito Muñeco con el que jugar, con el que experimentar, con el que arriesgarme, con el que disfrutar plenamente del sexo y todo lo que ello conllevara.
Un Muñeco al que hacer sufrir... un Muñeco al que romper...
¿Cómo hubiera pensado si quiera que el Muñeco perfecto podría ser mi propio hermano gemelo?
El candidato perfecto, mi hermano gemelo, Bill.
Pobre Muñeco...