- Bajo un crepúsculo dorado, en la quietud de un día que parecía hecho de sueños, se permitió bucear en lo más profundo de su corazón. Allí, en ese rincón sagrado, vivía ella. La dueña de sus pensamientos, la que habitaba cada instante de sus días con una dulzura que lo envolvía como brisa suave. La amaba con una devoción silenciosa, con ese tipo de amor que nace del alma y se queda para siempre.
Sin embargo, una sombra de duda acariciaba su esperanza. Sabía que el pasado de su amada guardaba heridas que aún latían, un amor anterior que terminó en tragedia. Temía que su propio corazón no tuviera espacio en ese jardín aún en duelo.
Aun así, movido por un anhelo más fuerte que el miedo, tomó pluma y papel y escribió. Palabra por palabra, latido por latido, confesó en tinta lo que su voz no se atrevía a pronunciar. Con cuidado y emoción, esperó el descuido de una mañana silenciosa para deslizarse hasta su habitación y dejar, sobre su mesita de noche, un sobre junto a su flor de cerezo... como un secreto que esperaba ser descubierto.
Ahora, en lo alto de esa colina donde el mundo parecía detenerse, con el atardecer tiñendo el cielo de tonos esperanzados, aguardaría. Con el corazón en la mano y los ojos puestos en el horizonte, esperaría su respuesta... mientras una suave brisa acariciaba su rostro, llevando consigo los susurros de un amor que anhelaba ser correspondido. 💌✨