La vida en el campo siempre aparentó ser tranquila, como si el silencio de los llanos y el canto de los gallos bastaran para sostener una existencia apacible. Pero pronto descubrí que nada era tan simple como parecía. Crecí como vaquero, heredero de una familia con tradición, con un apellido que pesaba más que la silla de montar. Y en medio de ese destino trazado, apareció ella.
Amarla fue como encontrarme con algo escrito mucho antes de nuestro tiempo. No era un encuentro casual, sino la sensación de que nuestras almas ya se conocían desde antiguas historias, como si el pasado y el futuro de nuestro pueblo se entrelazaran a través de nosotros.
Pero aquel amor no se dibujó en un lienzo puro. Estaba marcado por persecuciones, secretos familiares y ambiciones ocultas. Yo mismo sentía el peso de esos intereses que me perseguían como sombras, recordándome que amar a esa mujer no era un acto libre, sino una osadía. Y, sin embargo, cada mirada suya encendía en mí un fuego imposible de apagar. La química entre nosotros era tan desbordante que hacía que todo lo demás -el deber, las ataduras, la tradición- se desmoronara con un simple roce de sus labios.
El matrimonio que nos unió nació como un contrato, una imposición de familias y de conveniencias que pretendía encadenarnos al deber. Pero lo que nadie anticipó fue que esa unión pactada terminaría siendo nuestra verdad más inevitable. Lo que comenzó como una jugada fría de intereses se transformó en el más ardiente de los destinos.
Hoy lo sé: aquel papel firmado no fue una prisión, sino el inicio de una guerra entre lo que me exigía la sangre y lo que me pedía el corazón. Una guerra que, sin importar las consecuencias, decidí librar con ella a mi lado.
una chica de 17 años con una vida casi normal excepto por sus poderes ocultos en cuanto mas poderes le llegaban mas lejos tenia que estar de su familia pero nada le inpedia ver a su novio