Darialis y el secreto de la luna

Había una vez una muchacha llamada Darialis, que con apenas dieciocho años ya conocía más de la vida de lo que muchas personas aprenden en toda una existencia. Su corazón era un cofre donde se guardaban recuerdos felices, pero también heridas profundas que a veces dolían como si fueran nuevas.

Vivía junto a su madre, Julissa, una mujer fuerte que, aunque la vida le había puesto pruebas, siempre encontraba la manera de sonreír. Su padre, Odalis, también era parte de su historia, y entre ambos le habían regalado a Darialis lo más valioso: la vida y la oportunidad de buscar su propio camino.

Desde pequeña, Darialis aprendió que el mundo no siempre era justo. Había días en que sentía que la tristeza la abrazaba fuerte, tanto que apenas podía respirar. Pero también hubo instantes de alegría pura: risas en casa, juegos, miradas de complicidad y sueños que nacían en su corazón.

Una noche, cuando la luna brillaba más grande que nunca, Darialis salió al patio. Levantó la mirada y, por primera vez, se dio cuenta de algo extraño: la luna parecía sonreírle. Era como si ese astro lejano entendiera sus silencios, sus lágrimas escondidas y sus deseos secretos.

Entonces escuchó una voz suave, como un susurro que viajaba desde el cielo:

-Darialis, yo guardo tu secreto.

Ella abrió mucho los ojos, sorprendida.

-¿Quién eres? -preguntó en un hilo de voz.

-Soy la luna -respondió aquella voz luminosa-. He estado contigo desde que naciste. He visto tus tristezas cuando pensabas que nadie más lo hacía, y también tus sonrisas cuando lograste ser feliz aunque todo parecía estar en contra.

Darialis sintió un nudo en la garganta.

-¿Y cuál es mi secreto?

La luna brilló con más intensidad, bañándola de luz plateada.

-Tu secreto es que, a pesar de todo el dolor, nunca dejaste de soñar. Nunca dejaste de buscar la felicidad. Tú eres fuerte, incluso cuando piensas que no lo eres. Dentro de ti vive una luz que nada ni nadie puede apagar.