Lucia nunca pensó que mudarse a una ciudad desconocida pudiera ser tan silencioso... y tan extraño. Apenas puso un pie en su nuevo cuarto, notó algo fuera de lugar: un espejo antiguo apoyado contra la pared, con un marco de metal tallado en símbolos que parecían moverse bajo la luz.
-¿Quién deja un espejo así...? -murmuró mientras se acercaba.
Al otro lado de la ciudad, en la calle principal, un chico de cabello oscuro y ojos profundos observaba su reflejo en un escaparate. Sujetaba un colgante que parecía brillar con un leve resplandor rojo. Lucía lo ignoraría si no fuera porque algo en ese brillo le resultaba... familiar.
El primer día en la escuela fue como caminar sobre cristales: todos los rostros desconocidos y murmullos que no entendía. Pero entonces apareció él, Adrián, apoyado contra la pared del pasillo, con una sonrisa que no llegaba del todo a sus ojos. Tenía el colgante alrededor del cuello.
-Hola... -dijo, como si supiera que ella lo estaba mirando-. Creo que te estaba esperando.
Ese instante, tan breve como un parpadeo, hizo que Lucía sintiera un escalofrío. No sabía si era miedo, curiosidad o algo que aún no podía nombrar.
Esa noche, mientras ordenaba sus cosas, Lucía volvió a mirar el espejo. Por un instante creyó ver algo que no estaba ahí: una silueta que no era la suya, moviéndose detrás de ella... y el reflejo de un colgante, idéntico al que Adrián llevaba.
Algo le decía que su vida acababa de cambiar... y que aquel colgante no era un simple adorno.
Si todos supieran que la verdadera razón por la que Mike wheeler pasaba tiempo en la casa hopper no era por Jane sino por Will, el hermano menor de Jane