Buenos Aires tiene una forma extraña de hacer que las vidas se crucen.
A veces es una esquina cualquiera, un colectivo que llega tarde, o una mirada perdida en una librería. Así empieza todo. No con fuegos artificiales, sino con algo tan simple que casi parece un error del destino.
Ella se llama Alma.
Veintiséis años, trabajadora social en una ONG de Palermo que acompaña a adolescentes en situación de vulnerabilidad. No sabe mucho de música -ni siquiera podría nombrar tres canciones de Airbag-, pero sí sabe reconocer cuando alguien dice la verdad con los ojos. Y eso fue lo primero que notó en él.
Guido Sardelli, músico, productor, hermano del medio de una familia marcada por el arte y la intensidad. Vive entre estudios, giras y la constante búsqueda de algo que todavía no sabe nombrar. Entre entrevistas, canciones y noches sin dormir, aprendió a esconderse detrás del ruido, como si el sonido lo protegiera de lo que realmente siente.
Una tarde cualquiera, en medio del caos porteño, sus mundos se rozaron.
No fue amor a primera vista -sería demasiado simple-, pero sí una especie de reconocimiento silencioso. Como si el universo, cansado de esperar, los hubiera empujado uno hacia el otro.
Y desde ahí, nada volvió a ser igual.