En los salones de mármol del reino de Eldoria, el nombre de Carrera era un susurro teñido de lástima y desprecio. Él era el Príncipe Omega, pero su linaje no era motivo de celebración. Desde su nacimiento, una grave y misteriosa enfermedad lo había marcado, una afección que los sanadores temían podría diezmar a su estirpe y contaminar las futuras generaciones. Para la orgullosa casa real, Carrera era la oveja negra, un Omega defectuoso y una mancha inaceptable.
Su existencia era un secreto guardado a la fuerza. Vivía confinado en las galerías más apartadas del palacio, una jaula dorada donde el único contacto con el mundo exterior eran los ecos amortiguados de las hazañas de sus hermanos. Ellos, Alfas y Betas de impecable salud y arrogante porte, acaparaban la luz, mientras Carrera se consumía en la sombra de su propia desesperación. La soledad era su única compañera.
Pero el destino, a menudo caprichoso, no permitiría que una flor tan rara se marchitara sin ser vista. Un día, llegó a Eldoria un caballero alfa sin pretensiones ni título conocido, pero con una reputación legendaria y . Su nombre era Spreen.