Año 673 luego de la Caída.
El mundo de Hera, antaño un solo latido, se fragmentó por sus propias heridas. La luz, arrogante en su pureza, se llamó a sí misma los Puros. La oscuridad, marcada por el dolor y la rabia, fue condenada como los Malditos. Desde entonces, no hubo puente, ni perdón, ni tregua.
En el Palacio de Cristal, donde las paredes cantaban con magia y los espejos reflejaban sueños, vivía Kalia, princesa de la luz. Su linaje era sagrado, su vida envidiable, su poder deslumbrante. Pero bajo su piel perfecta, algo latía distinto. Una pregunta que nadie se atrevía a formular: ¿y si la oscuridad no era sólo maldad?
Al otro lado del abismo, en las ruinas de Varnok, reinaba Darksen Latsen, heredero de los Malditos. Su padre, Blemor, había sido un monstruo vestido de rey, un hombre que reía mientras el mundo ardía. Darksen no reía. Él observaba. Esperaba. Y soñaba con una luz que no lo quemara.