Desde el momento en que se conocieron, Harry Potter, el "niño que vivió", y Draco Malfoy, el heredero de sangre pura, fueron polos opuestos condenados a chocar. Su rivalidad no fue solo la disputa entre Gryffindor y Slytherin, sino la manifestación de una guerra ideológica que definía al mundo mágico. Harry construyó su vida sobre el valor y la amistad; Draco se blindó en la arrogancia y el miedo, la máscara perfecta para ocultar la asfixiante presión de su linaje.
A lo largo de sus primeros años en Hogwarts, cada encuentro, cada duelo, cada burla, cimentó su relación en un odio mutuo tan intenso que parecía inmutable. Sin embargo, bajo la superficie del desprecio, existía una extraña y obsesiva fascinación que ninguno se atrevía a nombrar.
--¡Soy un malfoy!-- Draco grita molesto, su rostro indignado por la absurda petición.
--Y ahora eres un Malfoy potter--
¿Enfrentarse al señor oscuro?, ¿luchar contra un ejército de mortífagos?, esos no son desafíos para harry potter, el verdadero problema es su esposo berrinchudo.