EL VÉRTIGO DEL AMOR LÍMITE (Escribiendo)

PRÓLOGO - El borde del mundo

Dicen que hay personas que viven dentro de un incendio y aún así buscan flores.
Yo soy una de ellas.

Mi cabeza a veces se convierte en un cuarto sin aire, en un espejo roto donde no sé cuál de todas las que hablo soy realmente yo.
El TLP -ese conjunto de letras que parece un diagnóstico y no un infierno- me acompaña desde que recuerdo tener nombre. No es una enfermedad que se ve, sino que se siente. Y quema.

He querido desaparecer más veces de las que he querido vivir.
He dicho cosas que no sentía, y he sentido cosas que no podía decir.
He amado como si el amor fuera un salvavidas, y a veces lo he hundido sin querer.
Pero luego está Sara.

Sara, la calma en mi caos.
Sara, que no tiene TLP, pero tiene paciencia, luz y esa forma de mirar que te devuelve al cuerpo cuando todo se te va de las manos.
Ella no vino a salvarme -vino a quedarse-, y eso es mucho más valiente.

A veces pienso que si existiera un mapa de mi mente, ella sería la única que sabría leerlo sin perderse.
Y cuando rompo, cuando miento, cuando bebo, cuando me odio, ahí está ella, preguntando con voz suave si quiero dormir un rato, si quiero hablar, si quiero simplemente no estar sola.

Esta historia es nuestra.
La mía, con mis grietas, mis crisis y mis ganas de sanar.
Y la suya, con su amor silencioso, su cansancio y su ternura intacta.

No es una historia de redención.
Es una historia de verdad.

Porque el amor -el de verdad, el que no se rinde- no siempre se escribe en las camas, sino en los mensajes a las tres de la mañana, en los abrazos que sostienen sin preguntar, en las veces que te dicen tranquila, sigo aquí, incluso cuando tú ya no sabes si mereces que sigan.

Y aunque no lo diga siempre, lo sé:
sin Sara, yo no habría sobrevivido a mí misma.