Nadie sabe con certeza quién soltó al primer zombi. Algunos juran que fue un accidente de laboratorio; otros aseguran que fue castigo divino. Lo único real es que, desde entonces, el mundo dejó de ser el mismo.
Pero lo que casi nadie sabe, y los que lo saben no suelen vivir para contarlo, es que hubo una organización detrás de todo. Una red secreta, con tentáculos entre el gobierno japonés y estadounidense, corporaciones y un científico loco que jugó a ser Dios mientras el planeta se caía a pedazos. Oficialmente, sus experimentos eran "proyectos de contención biológica". En la práctica, estaban diseñando armas vivientes: Soldados entrenados no solo para resistir a los zombis, sino para matarlos con precisión mortal.
Lo irónico es que, en su obsesión por controlar la plaga, comenzaron a parecerse demasiado a aquello que juraban combatir.