¿Dónde se dibuja la línea entre un juego y la realidad? ¿Qué se hace cuando lo que comenzó como una broma entre amigos se transforma en algo más? Algo más fuerte, más intenso, más doloroso, más angustiante, más alegre y, sobre todo, más extraño. ¿Cómo se enfrenta un sentimiento que carcome el alma y duele en el cuerpo, cuando ni siquiera se sabe qué se siente realmente?
El amor es la rosa más bella del mundo, pero también la que lleva las espinas más largas y filosas. Cualquier incauto, cegado por la belleza de un capullo recién florecido, puede caer víctima de sus garras: las espinas se enganchan a la piel y penetran profundamente. El menor contacto puede bastar para terminar con la piel abierta, la sangre corriendo y un dolor agudo que recuerda que, de alguna manera, parece que debemos pagar con sufrimiento para merecer el privilegio del amor. Y, como las rosas, el amor es ideal para observar, admirar, escribir sobre él, pintarlo, o disfrutarlo cuando alguien nos lo entrega.
Pero no todos pueden tocar un rosedal sin lastimarse. Una mano inexperta sale casi siempre herida; un jardinero experimentado, quizás ileso. En el amor no existe esa garantía: por más cuidado que tengamos con nuestro corazón, siempre existe el riesgo de salir lastimado. Porque cuando el amor se introduce en uno y se rompe, deja una astilla difícil de sacar, que duele, que molesta y que obstaculiza continuar la vida. Solo con paciencia y perseverancia se puede extraer esa astilla; y aun así, uno nunca vuelve a ser igual.
¿Y qué se hace cuando la persona a quien dirigimos todo este amor no puede corresponderlo? ¿Cómo se enfrenta un sentimiento que no se permite sentir? ¿Qué hacer cuando la fuente de toda tu alegría y de toda tu angustia se aleja, arrastrada por sus propios dilemas?
¿Y si ya no volviera a verlo? ¿Y si se hubiera enamorado de verdad? ¿Y si pudieran estar juntos sin importar nada? ¿Y si sí...?
Dos mujeres opuestas se cruzan en el brillo falso del Miss Universo: Stephany, rígida y disciplinada; Fátima, libre y desbordante. Lo que debería ser rivalidad se vuelve una atracción que desafía su autocontrol y las reglas del certamen.