In-ho era, para muchos, un enigma con piernas largas y una sonrisa peligrosa. El alma de cada fiesta, capaz de encender el ambiente con un simple chiste. Tenía esa clase de encanto natural que hacía que las chicas lo siguieran con los ojos y se rieran de cosas que, en boca de cualquier otro, sonarían absurdas. Peleador de MMA en sus ratos libres, sosteniendo la disciplina y adrenalina en el mismo cuerpo. Pero en la escuela, frente a los maestros y, sobre todo, delante de sus padres, era otro. El hijo ejemplar, el alumno aplicado, el chico que levantaba la mano con respuestas siempre correctas y que recibía elogios por su responsabilidad. Era querido por todos. Su doble vida era un secreto tan bien cuidado que parecía natural.
Gi-hun, en cambio, nunca supo fingir. Tenía problemas con las matemáticas desde el primer año y sus notas eran el reflejo de un esfuerzo que nunca alcanzaba. Los números lo atormentaban, los problemas de física eran un muro que no podía escalar. Pero nada de eso le importaba demasiado, porque su mundo giraba alrededor de otra cosa: la música. Con una guitarra colgando al hombro y callos en las yemas de los dedos, Gi-hun soñaba con formar una banda, con subirse a un escenario y perderse en los acordes. Era su única meta clara, el fuego que lo empujaba a seguir adelante aunque todo lo demás se le escapara de las manos.
Lo curioso era que ambos habían caminado por los mismos pasillos durante toda su vida. Desde el jardín de infantes hasta la secundaria, compartieron clases, patios y recreos. Pero nunca cruzaron palabra. Eran dos planetas girado en la misma órbita sin tocarse, cada uno demasiado ocupado en su propio universo.
Hasta que un pequeño accidente (de esos que parecen insignificantes al inicio) y un proyecto escolar para el fin de año cambiarían esa distancia. El destino, caprichoso, los obligaría a mirarse, a descubrirse, y a compartir algo más que los corredores de la escuela.
Seong Gi-hun, un joven detective con futuro prometedor, lleva una carrera impecable resolviendo casos importantes. Pero todo cambia cuando su jefa decide ponerlo a prueba con un caso fuera de lo común: debe interrogar a Hwang In-ho, alias Frontman, el cerebro detrás de un macabro juego donde personas desesperadas competían por dinero... sin saber que sus vidas estaban en juego.
In-ho está encerrado, esperando juicio, tranquilo y enigmático como si el mundo exterior ya no importa. Pero su mente es un laberinto oscuro del que Gi-hun debe extraer respuestas. Lo que no esperaba era sentirse atraído por aquel hombre frío, controlador y perversamente inteligente.
Lo que comienza como un interrogatorio se transforma en una lucha de poder emocional. In-ho juega con su mente, seduciéndolo sin tocarlo, desnudándolo con palabras. Gi-hun, contra todo instinto, empieza a caer. Pero In-ho no está dispuesto a compartir: su obsesión por Gi-hun se intensifica, y todo aquel que se acerca demasiado, muere.
Cuando In-ho asesina a otro recluso frente a todos, su sentencia queda sellada: la silla eléctrica lo espera. Pero Gi-hun, ya atrapado emocionalmente, jura ayudarle a escapar. Planean todo con precisión... hasta que, en el último momento, un giro irrumpe como un disparo: nada de eso es real.