Ha pasado mucho desde que mi vida cambió. Cada vez reconozco menos de mí y, lentamente, voy perdiendo más.
Pero eso está bien.
Al fin tengo un objetivo claro y, más importante, un sueño caprichoso.
"Realmente esto no podría ponerse peor, ¿verdad?", gruñó Tony con una mueca burlona mientras observaba el círculo de alquimia expandirse como una ola incandescente bajo sus pies. Las runas giraban en espiral, tejiendo líneas de luz que ascendían al cielo hasta perderse en un resplandor blanco imposible.
"Tony, no la retes...", advirtió el Capitán América con tono cansado, sosteniendo un escudo que, para su desgracia, ahora tenía un par de ojos parpadeando en su superficie.
"Demasiado tarde, ya se enojó", comentó la chica de cabello negro y flequillo rojo, apenas vestida y visiblemente divertida por el desastre que se avecinaba.
El círculo tembló. Un rugido metálico, como mil puertas del infierno abriéndose al unísono, recorrió el aire. En un instante, varios planetas comenzaron a materializarse en el cielo, reflejándose unos sobre otros en una secuencia infinita, como un espejo quebrado que repetía el mismo mundo una y otra vez.
El planeta Tierra.
"...Mierda", murmuraron todos al mismo tiempo.
Y mientras las maldiciones se acumulaban en el aire, varias figuras comenzaron a correr en su dirección. Eran héroes, al menos en teoría, pero juntos parecían otra cosa: una explosión de colores, un vómito arcoíris que agitaba el horizonte. Cada uno vestía con una combinación tan estridente, tan saturada de detalles, que mirarlos más de unos segundos resultaba casi mareante.