Rowan Flint y Fred Weasley han sido inseparables desde que tenían memoria. Entre travesuras, risas y secretos compartidos, crecieron como mejores amigos... aunque ninguno se atreviera a confesar lo que realmente sentía.
Fred, con su sonrisa traviesa y su talento para meterse en problemas, siempre logró sacar a Rowan de su mundo de libros y reglas, mientras ella le enseñaba a mirar el mundo con paciencia y orden... aunque no siempre funcionara.
Ahora, en su último año en Hogwarts, todo ha cambiado. Cada roce, cada mirada y cada silencio empieza a doler un poco más. Lo que antes era solo amistad se vuelve confuso, intenso y peligroso, porque ambos se gustan en secreto y ninguno sabe si el otro siente lo mismo.
Entre bromas que esconden sentimientos, noches en la Sala Común iluminadas por la chimenea y aventuras que solo Gryffindor podría ofrecer, Rowan y Fred descubrirán que la verdadera magia no está en los hechizos... sino en el corazón del amigo que siempre estuvo a su lado.
Rowan Flint tenía ese tipo de belleza que pasaba desapercibida hasta que alguien se quedaba mirándola un poco más.
Cabello castaño oscuro, largo y ligeramente ondulado, que solía sujetar con una cinta cuando estudiaba, aunque siempre se le escapaban algunos mechones rebeldes.
Sus ojos eran de un verde profundo, el tipo de mirada que parecía pensar incluso cuando estaba en silencio.
Tenía la piel clara, con un par de pecas en la nariz que solo se notaban bajo el sol del verano.
No era la más alta del grupo, pero tenía una postura elegante, casi instintiva, como si cada movimiento estuviera medido -aunque Fred solía decirle que su andar distraído era lo que más le gustaba de ella.
Su sonrisa aparecía rápido, sincera, pero pocas veces mostraba todos los dientes; y cuando se reía de verdad, su voz tenía una musicalidad que Fred juraba poder reconocer entre un centenar.