Pedri, con apenas veintipocos años, cría solo a su hijo de dos años, el pequeño Pau: un nene de ojos verdes, risa contagiosa y una costumbre que enternece a todos... llamar "mamá" a Pedri. La madre biológica los había abandonado antes de que Pau pudiera siquiera recordarla, y Pedri terminó ocupando ambos roles sin cuestionarlo, porque su hijo así lo necesitaba.
Entre su trabajo, los horarios del jardín y las veces en que su hermano Fernando debe ayudarlo, Pedri vive haciendo equilibrio para que Pau crezca rodeado de amor, aunque a veces la rutina lo deje agotado.
Ferran, el joven policía que custodia la entrada del jardín, conoce al pequeño Pau desde hace unos meses. El pequeño lo saluda todas las mañanas y se despide todas las tardes. Pau lo adora, lo llama "señor poli" y le brinda una confianza que no le había dado nunca a ningún otro uniformado.
Pero hay algo que Ferran no termina de entender: jamás vio a la madre del nene.
A veces Pau aparece corriendo desde la esquina y otras solo alcanza a ver movimientos rápidos a la distancia sin distinguir quién lo trae o quién lo lleva.
Lo único claro para Ferran es que el pequeño Pau es especial...
y que detrás de ese nene tiene que haber una historia que todavía nadie le contó.
Lamine Yamal llega tarde a los entrenamientos. A veces cinco minutos, a veces diez. Nadie sabe por qué, nadie se atreve a preguntarlo. Solo el míster guarda el secreto: cada mañana, antes de calzarse las botas, Lamine pasa por casa de Pau, un chico de 17 años con una salud mental muy frágil. Pau no juega al fútbol. Pau apenas logra levantarse de la cama. Pero esos minutos con él, en silencio o entre susurros, se han vuelto la única parte del día que Lamine no está dispuesto a perder. Aunque le cueste todo.