
Amar demasiado duele. Quema los dedos, quema el pecho, deja cicatrices que nadie ve. Se entrega todo, sin frenos, a todos los que pasan, aunque no siempre vuelva lo mismo. Y aun así, se sigue intentando, porque renunciar a sentir sería renunciar a vivir. Cada decepción deja un recuerdo ácido, un vacío que se siente aunque nadie lo note. Pero la esperanza se aferra: esa ilusión de un amor que merezca la intensidad que se da, un amor que no se escape entre las manos, aunque parezca sacado de un cuento imposible. Y entonces, la vida muestra que amar también tiene reglas que nadie enseña: aprender a mirarse, a cuidarse, a no perderse en los demás antes de encontrarse a uno mismo. Algunas lecciones llegan suaves, como un suspiro; otras, llegan golpeando fuerte, porque no todas se aprenden a las buenas... y algunas, duelen demasiado.All Rights Reserved
1 part