En una de aquellas fiestas donde los hijos comenzaron a escribir su propia historia. Inés y Álvaro, de la misma edad, se conocieron entre juegos infantiles primero, y años después, entre conversaciones furtivas en los jardines, lejos de los ojos de sus padres. Desde el inicio hubo una atracción distinta, un vínculo que parecía intensificarse con el tiempo. Sus sonrisas compartidas, las miradas prolongadas y el nerviosismo adolescente dejaban claro que lo suyo iba más allá de la amistad.
Martín, el hermano mayor, observaba en silencio. Siempre distante, siempre calculador, parecía cargar con un secreto propio. Desde niño había sentido deseos que no podía nombrar en voz alta, primero hacia figuras cercanas, luego hacia amigos de la familia. Y ahora, inevitablemente, hacia Álvaro. Su atracción reprimida se mezclaba con una envidia corrosiva hacia su hermana, creando una tensión invisible que solo él percibía. Mientras Inés y Álvaro compartían confidencias, Martín sentía crecer dentro de sí un fuego oscuro de celos y resentimiento.
Esa primera noche de la temporada, los adultos celebraban con copas de champán la unión entre las familias. En los salones brillantes sonaban discursos y promesas de futuro. Pero en los rincones apartados, los jóvenes escribían la primera página de una historia marcada por el secreto, el deseo y la rivalidad. Nadie podía imaginarlo entonces, pero en aquel instante comenzaba a gestarse un juego peligroso que pondría en jaque a ambas familias.
Desde su primer año en Slytherin, Theodore y Camille compartieron más que una casa: la misma astucia, el mismo carácter frío y una ambición que los mantenía entre los mejores estudiantes de Hogwarts. Se entendían sin palabras, se protegían con lealtad y, aun así, siempre fueron solo amigos.
Hasta que un día, cuando ambos se enteran que todos en su grupo de amigos pensaban que ellos serían la pareja perfecta, comienza a sembrarse una duda que ninguno de los dos pudo sacudirse.
Porque a veces basta una sola insinuación para que todo lo conocido se tambalee. Y entonces surge la pregunta inevitable: ¿de verdad siempre fueron solo amigos?