Entre La Línea Y La Muerte -The Black Phone.

𝚃𝚑𝚎 𝙱𝚕𝚊𝚌𝚔 𝙿𝚑𝚘𝚗𝚎
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Patinar nunca fue lo mío.

Tal vez sí si hablamos de una patineta, pero no de hielo.

El aire frío me carcomía la punta de la nariz, dándole ese tono rojizo ridículo que hacía que pareciera cierto reno famoso de Navidad. La nieve se colaba por mis zapatos, se derretía en mis calcetines, y el picor de mis manos competía con el ardor de los pequeños cortes en mis dedos. A veces pienso que el invierno tiene esa crueldad elegante: puede congelarte por fuera mientras te quema por dentro.

Quizás esas sensaciones se apagaban cuando tus dedos se enredaban en mi cabello, o cuando tus manos se aferraban a mi cintura como si el mundo pudiera terminar esa misma noche. Tu pecho desnudo chocando contra mi sujetador, tu respiración temblorosa buscando refugio en mi cuello. Todo era cálido, todo era nuestro... hasta que dejó de serlo.

Porque nada es eterno.
Y el tiempo, maldito ladrón, siempre termina robándose los momentos felices primero.

Ahora solo quedan las huellas sobre el hielo, difuminadas, como lo que fuimos. Las marcas se borran, la sangre se seca, y la memoria -esa traidora silenciosa- se encarga de repetir una y otra vez el mismo nombre en mi cabeza, hasta hacerlo doler.