El mundo había ardido, pero CRUEL seguía en pie.
Las ciudades eran sombras de lo que una vez fueron: torres derrumbadas, cristales manchados de polvo y desolación, carreteras que parecían cicatrices en la tierra. El virus se extendía cada día más rápido, y los inmunes se convertían en la única esperanza que el mundo tenía para sobrevivir.
Ambos habían visto lo que CRUEL era capaz de hacer. Lo habían perdido todo bajo su nombre: amigos, recuerdos, humanidad. Pero quedaba algo más fuerte que la rabia: la promesa de no rendirse. Y juntos, aunque no lo dijeran en voz alta, sabían que no volverían a salir de aquello siendo los mismos.
Porque esta vez, no buscaban escapar del laberinto.
Esta vez, iban a destruirlo.