Jungkook era una sombra con nombre y poder.
Un traficante internacional con un imperio construido sobre sangre, miedo y secretos. Nadie lo miraba a los ojos sin temblar, nadie pronunciaba su nombre sin precaución. Tenía a la policía bajo su control, a políticos en su bolsillo y al presidente del país inclinado ante él.
Hasta que una noche, todo su mundo se detuvo.
Herido, sangrando tras un enfrentamiento con una banda rival, Jungkook cayó inconsciente en una acera olvidada de un barrio pobre.
Allí lo encontró Park Jimin.
Un joven que no sabía lo que era el poder, ni la ambición, ni el peligro. Un chico de manos pequeñas, voz suave y mirada honesta, que lo llevó a su pequeño departamento por simple humanidad.
Sin teléfono, sin ayuda, sin saber que con ese acto inocente sellaba su destino.
Porque Jungkook no era un hombre que se dejara salvar.
Era un hombre que, una vez salvado, se aferraba a su salvador como a su última razón para respirar.
Y desde esa noche, Jimin dejó de ser libre.
El amor puede ser luz.
Pero en las manos equivocadas...
se convierte en el fuego que lo consume todo.
Vida, muerte, sobrevivir.
Estas tres palabras las tenía muy presente hoy en día.
Quizás el diablo me pueda llevar, para acabar este infierno.
Jaa, pero parece que hable muy rápido.
El mismísimo diablo me ha conquistado y enamorado, de una manera particular y para nada común.