El amor es un Dios Celoso

La vida amorosa de Maddie era un cementerio de "casi algos" y romances que nunca superaban los tres meses. Ella cargaba con la culpa, convencida de que su interior introvertido era un muro demasiado alto para escalar. Se preguntaba qué defecto invisible ahuyentaba a todo aquel que se acercaba.

Lo que no sabía era que el problema no estaba en ella, sino en las alturas. Desde el Olimpo de los sentimientos, un ser que debería velar por los enamorados había convertido su corazón en un trofeo. Porque el Amor, cuando se encarna en un dios, no es solo un tierno arquero de flechas doradas. Es una fuerza primaria, posesiva y voraz. Y Maddie había despertado, sin saberlo, la más peligrosa de sus pasiones: los celos. Él había decidido que si su corazón no podía pertenecerle a él, no pertenecería a nadie.