Craig y Tweek se conocieron en el lugar menos pensado.
No fue una historia de risas ni de promesas, pero tampoco una de tristeza inmediata.
Fue algo sencillo. Dos personas que, sin buscarlo, comenzaron a entenderse en silencio.
Craig solía observar el cielo desde una ventana, como si esperara una respuesta que nunca llegaba.
Tweek, con sus manos temblorosas y su voz baja, solía sentarse cerca sin decir palabra.
Poco a poco, las miradas se volvieron conversaciones, y el silencio dejó de ser tan pesado.
No sabían qué eran el uno para el otro, solo que, cuando estaban juntos, el mundo dolía un poco menos.
Y a veces, eso era suficiente para ellos.