El Último Clic de la Memoria

La primera vez que intenté abrir los ojos, solo encontré seda negra. Un peso suave, pero absoluto. No había luz ni dolor, solo una conciencia flotando en una sustancia viscosa. Si apretaba los dedos, sentía mis uñas, pero no la sábana. Si intentaba mover los labios, el silencio me devolvía el esfuerzo. Era como estar gritando debajo de un estanque.

​Lo único real era el clic. El sonido de la puerta al abrirse.

​Luego, la voz.

​Su voz.

​Él venía cada día. Siempre a la misma hora, siempre con el mismo susurro en las primeras palabras: "Ya estoy aquí, mi amor".