Elías Marcel era un hombre de mar y silencio. Su piel, curtida por el sol y la sal, contaba historias que nunca se escribieron; sus manos, endurecidas por las redes, parecían conocer el peso de cada ola. Tenía la mirada fija, profunda, como si buscara en el horizonte algo más que peces: buscaba propósito.
Vivía en una pequeña isla donde el mar era bendición y castigo, esperanza y sentencia. Cada madrugada salía antes que el sol, con su barca vieja y una fe que ni las tormentas podían hundir. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, su voz sonaba como el rumor de las olas: serena, pero llena de fuerza contenida.
Para su familia, era sustento. Para su pueblo, era símbolo.
Pero Elías Marcel no navegaba solo.
Con él, un grupo de hombres curtidos por el viento y la sal enfrentaban cada amanecer como si fuera el primero... o el último. Sus rostros, marcados por el sol y los años, eran el reflejo de una vida entera entregada al mar, un mar que a veces alimentaba, y otras devoraba sin piedad.
Eran pescadores, padres, hermanos y amigos. Cada uno cargaba en sus hombros el peso del pueblo: las bocas que esperaban pan, las esperanzas que dormían en chozas, los rezos de las mujeres que veían partir las barcas sin saber si volverían a verlas.
Elías, aunque no era el más viejo ni el más fuerte, era el alma del grupo. Su fe sostenía los remos cuando las fuerzas fallaban, y su mirada firme devolvía calma cuando la tormenta rugía.
Juntos formaban una sola voluntad: sobrevivir, resistir y mantener viva la esperanza que los unía.
Porque en aquellas islas pobres, donde el mar dicta la vida y la muerte, ellos eran el corazón que seguía latiendo entre las olas.
En las afueras de la ciudad se comienza a surgir el caos con la llegada de cierta peliplata a la ciudad de Orario al enterarse de una noticia en específico.
"Bell Cranel esta saliendo con una mujer de la familia Astrea"