Leyre lleva años intentando convencerse de que su relación con Dante es amor. Él la cuida, la protege, la quiere... o eso le repite cada vez que siente que algo no encaja. Pero en el fondo, entre la carrera de Psicología y su trabajo como entrenadora, empieza a descubrir que hay muchas formas de perderse sin moverse del sitio.
Cuando le ofrecen acompañar a su equipo de baloncesto femenino a un torneo en Llanes, acepta sin pensarlo. Una semana lejos de su rutina, de su ciudad y -tal vez- de ese amor que cada vez se siente más jaula que refugio. No imagina que aquel viaje será el inicio de algo mucho más grande que un simple torneo.
Aiden, por su parte, ha decidido que el amor no existe. Después de perder demasiado, ha aprendido a vivir en silencio, rodeado de muros que nadie parece capaz de derribar. Entrenar al equipo masculino es solo una obligación más... hasta que la conoce a ella.
Leyre es todo lo que él intenta evitar: luz, ternura, caos y vida. Y aunque ambos saben que hay líneas que no deberían cruzar, hay miradas, conversaciones y silencios que se quedan pegados al alma. Entre entrenamientos, playas del norte y noches de estrellas, su conexión crece en un terreno que parece prohibido, pero inevitable.
Allí, entre canastas, heridas y confesiones, aprenderán que amar no siempre es perder el control, sino encontrar el valor de mirarse a uno mismo sin miedo. Que sanar a veces implica romper lo que duele y construir algo nuevo.
Porque hay historias que nacen donde menos lo esperas.
Y lo que sucedió en la pista no fue solo un encuentro: fue el principio de una revolución interior.