La Última Puerta de Don Eusebio

"La Última Puerta de Don Eusebio"

Don Eusebio vivía solo en la última casa del pasaje de los Olmos, una construcción de madera que crujía incluso cuando nadie la pisaba. Los vecinos decían que el viejo hablaba con las paredes, que dejaba velas encendidas en habitaciones vacías, y que cada tanto se escuchaban pasos en su techo, aunque nadie subía.
Él no tenía familia. O eso decía. Pero cada noche, ponía un plato más en la mesa. A veces dos. Y murmuraba nombres que nadie recordaba.
Una tarde de otoño, el cartero dejó una carta sin remitente. Era una hoja amarilla, escrita con tinta negra: "Ya es hora. La puerta se abrirá esta noche."
Don Eusebio no se sorprendió. Solo asintió, como quien recibe una visita esperada. Esa noche, encendió todas las velas de la casa. Se sentó en su sillón, con la carta en el regazo, y esperó.
A las tres de la madrugada, se escuchó un golpe seco en la puerta del sótano. Una puerta que, según los planos, no existía.
El viejo bajó sin temblar. Abrió. Y allí estaban: los que había perdido, los que había olvidado, los que nunca debieron volver. Sus hijos. Su esposa. Su madre. Pero no eran ellos. No del todo.
Tenían sus rostros, pero no sus voces. Tenían sus ojos, pero no sus almas. Y uno por uno, lo invitaron a cruzar.
Don Eusebio desapareció esa noche. La casa quedó vacía por un largo tiempo, nadie lo visitaba, nadie se dio cuenta. Pero cada año, en la misma fecha, la puerta del sótano se abre sola. Y desde adentro, se escucha una voz que llama por tu nombre.