No hay nada más peligroso que el silencio entre un criminal y quien debe atraparlo.
Nunca imagine que alguien pudiera alterar el ritmo de todo con solo entrar a una habitación.
Moon-Baek lo hizo.
Había registros sobre él, claro. Nombre, edad, ocupación... todo perfectamente ordenado en el sistema.
Demasiado perfecto.
Nadie lo noto al principio, pero algo en esos datos no encajaba. Eran un retrato construido con cuidado, una historia diseñada para no levantar sospechas.
Mi padre dice que el peligro se reconoce por el instinto, pero el mío falló.
Porque cuando Moon-Baek me miro por primera vez, no sentí miedo.
Sentí curiosidad.
Y esa curiosidad se volvió una constante, un hilo invisible que me unía a alguien que no debería interesarme.
No era mi caso, no era mi problema, no debía siquiera pensar en él.
Pero cada vez que su nombre aparecía en una conversación, mi atención lo seguía.
Cada vez que lo veía entre la multitud, el resto del mundo desaparecía.
No sé en qué momento el deber se mezcló con el deseo, ni cuando empecé a justificar lo que no debía.
Quizá fue la primera vez que lo vi ensangrentado o la última vez que me llamo Soo-min-ah con esa calma que solo tienen los condenados.
Solo sé que ahora, cuando cierro los ojos, escucho su voz antes que cualquier otra.
Y lo peor de todo...es que él siempre lo supo.
Lando pensaba que su sueño era ganar su cuarto título mundial. Hasta que conoció a Alice, alguien que le cambió la forma de ver la vida por completo, pero su ego no le permite estar junto a ella de manera estable.
¿Podrá conocer la verdadera felicidad? ¿Qué pasará con ellos en el resto de su historia?