
«La música puede medirse en ondas cerebrales, pero el corazón solo responde a una partitura: la del amor.» Todo comenzó con una recomendación académica. -Asiste a un ensayo, Julieta -le dijo su profesor-. Encontrarás el tema perfecto para tu tesis. Y así, Julieta Fernández, psicóloga obsesionada con los datos y el orden, conoció a Alena Petrova, la prodigio rusa del piano. Desde el primer instante, Julieta trazó su teoría: aquella mujer de cabellos dorados y manos que desafiaban las teclas no era más que un caso de narcisismo sublime. Su talento, insistía, era el eco hueco de una arrogancia patológica. Alena, por su parte, intuyó la propia: detrás de aquellos cuadernos llenos de anotaciones y esa mirada que todo lo escudriñaba, latía una sinfonía callada, una pasión contenida que esperaba el compás adecuado para liberarse. Lo que ninguna de las dos imaginó fue que, entre diagnósticos apresurados y melodías que revelaban el alma, el verdadero experimento no consistiría en descifrar la música... sino en atreverse a vivirla. Juntas, comenzaron a escribir la partitura más arriesgada y hermosa: la de su propia y desordenada melodía.All Rights Reserved
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