The Last Dawn

Tokio arde sin fuego.
La ciudad late con un calor putrefacto: no hay llamas, pero el aire pesa como si alguien hubiese cerrado mil puertas a la vez.
Las calles están llenas de silencio; un silencio que cruje bajo el olor a óxido, carne rancia y a sueños devorados.
La carne que aún recuerda cómo caminar se arrastra entre escaparates vacíos y semáforos que dejaron de marcar el orden. Nadie sabe de dónde vino ese aliento enfermo que devuelve lo que muere a una insistente mitad de vida.

Riku y Takumi no son protagonistas de leyenda. Riku se despierta cada día con la misma pregunta clavada en la garganta: ¿por qué no me dejaste morir?; Takumi olera el mundo con la esperanza de quien se cree un héroe. Caminarán en paralelo por la ciudad que los engendró y ahora los devora, aprendiendo con cada paso que el remedio está relacionado con una bala de plomo entre sus cejas.
En este apocalipsis donde la esperanza enferma antes que la carne, solo aquellos que aceptan su propia ruina conservan la fuerza suficiente para seguir en pie un día más.