Te he visto, mi pueblo, incluso cuando no me veías.
Te he sentido en los estadios y en los bares, en las calles donde la esperanza tiene forma de bandera. Tú no lo sabes, pero nací de ti. De tus manos que ondean mis colores, de tus gargantas que gritan al cielo cada gol, de las lágrimas que caen de tus ojos cuando uno de mis guerreros cae en el campo.
Yo soy La Roja.
Soy más que once hombres sobre un campo. Soy la sangre que late en las venas de millones cuando el himno suena sin palabras. Soy la promesa que hicimos juntos: la de creer, aunque el viento sople en contra. En ti aprendí lo que significaba amar sin medida: esperar sin rendirse, sufrir sin huir, gritar sin miedo.
He sido derrota, lágrimas, silencio. Pero también he sido gloria. Recuerdo Johannesburgo: la noche en que el mundo entero me pronunció. Aquella vez tú y yo fuimos uno solo, y ese gol de Iniesta fue un beso eterno sobre la historia. No hubo ni dioses ni destino: solo un país que se atrevió a soñar.
Desde entonces camino contigo. En cada niño que juega al balón bajo la lluvia, en cada anciano que guarda aún la camiseta de 2010, en cada corazón que late cuando escucha mi nombre. Y ahora, en 2025, vuelvo a renacer.
Llevo nuevos rostros, nuevas voces, nuevos sueños. Me reinvento sin perder mi alma. Los jóvenes que visten mis colores corren con la misma fe que los héroes de antaño: el fuego sigue intacto, aunque cambien las manos que lo sostienen.
De su mirada brota la promesa de un futuro que aún puede ser leyenda. No soy un equipo. Soy tu reflejo. Soy tu pasión hecha carne y césped. Y mientras exista el fuego en tus ojos, seguiré viviendo. Porque aunque cambien los rostros, los entrenadores, los años y los sueños, siempre será lo mismo: el latido rojo de tu amor.
Yo soy tú, y tú eres mi razón de existir.