El expreso de Hogwarts rugía como siempre, echando humo mientras los estudiantes corrían con maletas y jaulas, gritando como si el inicio de clases fuera el acontecimiento más esperado del año. Harry, en cambio, sentía esa mezcla de emoción y fatiga que lo acompañaba siempre que veía el tren: un nuevo curso, más tareas, más problemas... y, seguramente, más conflictos con su archienemigo rubio de cara bonita.
Sin embargo, algo raro pasó.
Draco Malfoy pasó frente a él en el andén. Llevaba la barbilla en alto, la túnica perfectamente abrochada y el mismo aire de príncipe intocable. Harry apretó la mandíbula, listo para escuchar alguna burla venenosa, algún comentario sobre su cicatriz o su familia... pero nada. Ni una sola palabra.
De hecho, Malfoy ni siquiera lo miró. Lo pasó de largo, como si fuera invisible.
Harry parpadeó, sorprendido.
-¿Eh? -murmuró, esperando que en cualquier momento escuchara la risa burlona detrás de su espalda.
Pero lo único que oyó fue a Malfoy hablando con Crabbe y Goyle sobre horarios y clases, sin dedicarle ni medio gesto a él.
Era desconcertante. ¿Ignorarlo? ¿Así de fácil? Después de años de insultos, de peleas en los pasillos... ¿Malfoy había decidido actuar como si Harry no existiera?
El tren arrancó y Harry se dejó caer en el asiento frente a Ron y Hermione, con el ceño fruncido.
-Malfoy está actuando raro -dijo, mirando por la ventana mientras el paisaje empezaba a moverse-. Me fastidia mucho que me haya ignorado de esa forma
Hermione levantó una ceja.
-¿En serio te fastidia que no te moleste?
Harry suspiró.
-N-no. Pero es estresante. Como si estuviera planeando algo peor.
En el fondo, Harry Potter no podía aceptar tan fácil el final de una guerra tan personal. Para él, Draco Malfoy: era la sombra que lo acompañaba en cada año escolar, el recordatorio de que había algo normal en su vida, de que había un niño rubio de cara bonita que lo molestaba.
Que por primera vez parecía