El siglo XXI no comenzó con el colapso de las computadoras, como temían los profetas del Y2K. Comenzó con un regalo.
Sucedió en el año 2000. No fue una explosión ni una invasión. Fue un descubrimiento; una nueva fuente de energía que lo cambió todo. Al principio, solo alimentaba nuestras ciudades, erradicando la crisis climática en menos de una década. Pero luego, hizo algo más.
Se filtró en nosotros.
Los primeros casos fueron descartados como histeria colectiva: niños que movían objetos con la mente, ancianos que sanaban sus propias dolencias con la respiración. Pero la evidencia se volvió innegable. La energía se estaba asimilando.
La humanidad, como siempre, se dividió.
Unos la llamaron el "Ciclo Arcano". Vieron la energía como un océano externo que podía ser manipulado, moldeado y forzado a obedecer. Crearon nuevos campos de estudio, reimaginando la física como si fuera hechicería. Se convirtieron en los "Magos Arcanos".
Otros la llamaron el "Sistema Espiritual". Vieron la energía como un río interno, una fuerza que debía ser cultivada, no controlada. Se enfocaron hacia adentro, canalizando el poder a través de sus cuerpos, convirtiendo la disciplina en un arma. Se convirtieron en los "Artistas Espirituales".
Ahora, en 2050, vivimos en el mundo que ellos construyeron. Un mundo de tecnología imposible y poderes místicos, donde el antiguo debate entre la ciencia y la fe ha adoptado formas nuevas y peligrosas.