9 parts Ongoing Ser la hermana de Johnny Kavanagh nunca fue fácil.
No porque Johnny fuera un mal hermano -de hecho, ha sido todo lo contrario-, sino porque ser su hermana significaba llevar un apellido cargado de expectativas, lealtades, y una cantidad desmedida de ojos puestos sobre mí. En la cancha, en casa, en el colegio... incluso en lugares donde ni siquiera me conocían.
Nos mudamos de Dublín a Cork cuando tenía 8 años. Mi abuela estaba enferma y mamá no podía con todo sola, así que empacamos la vida en cajas y empezamos desde cero. Yo no quería irme. Dejaba atrás a mis amigas, mis costumbres, mis rincones favoritos. Dejaba lo que conocía. Pero Johnny lo hizo ver como una aventura. Él siempre tenía esa forma de convencerme de que lo imposible podía ser soportable si lo hacíamos juntos.
Y entonces conocí a sus amigos.
Algunos eran agradables, otros solo tolerables... y luego estaba él.
Gibsie.
Gerard Gibson.
La tormenta más silenciosa que jamás haya visto.
Al principio, no fue más que una presencia ruidosa, siempre bromeando, riendo, metiéndose en problemas que no eran suyos. El tipo de chico que todos miraban con una mezcla de afecto y desesperación. El alma de la fiesta, el alivio cómico en un mar de testosterona y egos inflados.
Pero lo que nadie te dice es que, a veces, el amor empieza justo ahí.
En la risa que no esperabas.
En la mirada que se cuela cuando crees que nadie está mirando.
En los silencios incómodos que de pronto se sienten seguros.
Me enamoré de el mejor amigo de johnny.
De alguien que me veía cuando los demás solo me reconocían por apellido.
Y ese fue el comienzo del problema.
Porque no puedes enamorarte de un chico como Gibsie sin arriesgar algo.
Tu paz. Tu cordura. Tu corazón.
Y, en mi caso... posiblemente, mi relación con Johnny.
Mi nombre es Aideen Kavanagh.
Y esta es la historia de cómo me enamoré de quien no debía.