En el mundo de Teen Titans Go!, Robin siempre fue el blanco de las burlas, los chistes crueles y los golpes de sus compañeros. Pero el primer dolor no vino de ellos… sino de Batman.
Desde que Bruce Wayne lo adoptó, Dick Grayson aprendió que ser “Robin” significaba obedecer, resistir y sufrir en silencio. Los entrenamientos eran castigos, los errores se pagaban con gritos, y las cicatrices se escondían tras la máscara.
Aun así, Robin no renunció. Seguía siendo héroe por una sola razón: obtener la aprobación de Batman. Pero aquel día, todo cambió.
Un incendio consumía varios edificios. Los gritos, el humo, las llamas… Robin corrió de piso en piso rescatando a todos los que pudo. Cuando creyó haber terminado, escuchó un último llanto. Entró en el apartamento más dañado y encontró una escena que lo marcaría para siempre:
un padre yacía sin vida, una madre atrapada entre los escombros, y junto a ella, un bebé que lloraba sin parar.
La mujer, con su último aliento, extendió los brazos hacia él.
—Por favor… protege a mi bebé… —susurró antes de cerrar los ojos para siempre.
Robin, temblando, tomó al niño entre sus brazos. Cyborg lo llamó desde la salida:
—¡Robin, tenemos que irnos ya!
El joven héroe salió corriendo, el bebé en sus brazos, mientras el edificio se derrumbaba detrás de ellos. Afuera, entre las sirenas y el humo, Robin miró al pequeño que sollozaba contra su pecho… y por primera vez en mucho tiempo, sonrió con lágrimas en los ojos.