En el antiguo Reino de Aeryndor, donde la magia fluía en los ríos y el destino se escribía en las estrellas, existía una leyenda que hablaba de un Alfa Único: un ser nacido una vez cada mil años, cuyo poder sobrepasaba a cualquier otro. Ese Alfa no solo tenía la fuerza de un guerrero, sino la capacidad de alterar el equilibrio entre reinos.
Jungkook había crecido en secreto bajo la tutela de los guardianes del Consejo Real. Desde niño supo que era diferente: sus ojos cambiaban de color con la luna, y su aura mágica podía doblegar incluso a los dragones. Era un Alfa, sí, pero no uno común. En su piel llevaba marcas brillantes que ardían cuando la magia antigua lo llamaba.
Mientras tanto, en el Reino vecino de Elorya, vivía Jimin, un joven Omega. A diferencia de otros, su sensibilidad a la magia era tan intensa que podía escuchar el murmullo de los árboles y el palpitar de las estrellas. Muchos lo consideraban una bendición... otros, un peligro. Porque los Omegas así eran codiciados, perseguidos, y usados como piezas en juegos de poder. Jimin había aprendido a ocultarse bajo telas sencillas, pero sus ojos suaves y la fragancia dulce que emanaba en cada luna lo traicionaban.
El destino, sin embargo, ya había trazado un lazo invisible entre ambos.
Un Alfa único en su especie.
Un Omega capaz de sentir el alma de la magia.
Y en medio de una guerra inminente entre reinos, sus caminos estaban destinados a cruzarse.