Desde la primera vez que la vio, Scott se enamoró profundamente de Candela. A primera vista, con su primera sonrisa, supo que su corazón ya no le pertenecía: él se había entregado primero y más fuerte que nadie jamás lo haría. Candela era todo lo que había anhelado, todo lo que necesitaba y todo lo que quería. Su cabello pelirrojo, sus ojos azules que brillaban como el cielo en calma, su risa dulce que iluminaba la noche... cada detalle la hacía imposible de ignorar. Fácil de amar, imposible de olvidar.
Desde el instante en que sus miradas se cruzaron, supieron que estaban destinados. Se imprimieron en el otro, un vínculo que no podía romperse, una conexión que latía con cada suspiro y cada pensamiento. Scott estaba profundamente y eternamente enamorado de ella, dispuesto a mover el mundo entero si hacía falta. Cada gesto, cada palabra, cada mirada de Candela se grababa en su alma, y él haría todo para conquistarla, incluso lo imposible.
Candela, por su parte, no podía evitar soñar con ese amor. "Los dos éramos jóvenes cuando te vi por primera vez... Serás el príncipe y yo seré la princesa. Esta es una historia de amor, mi amor, solo di que sí..." pensaba, mientras sentía su corazón latir al ritmo de la certeza de que Scott era su destino.
El camino no fue fácil. Danilo, su suegro y alfa de la manada más poderosa de la ciudad, se oponía. Defender a su hija era su prioridad, y la idea de Scott acercándose parecía imposible de aceptar. Pero Scott no se rindió: habló, luchó y convenció con paciencia y determinación, demostrando que su amor era real, puro y eterno. Que protegería, cuidaría y amaría a Candela hasta el último aliento de su vida. Nada ni nadie podría separarlos.