Después de que Christine Daaé partió junto a Raoul, dejando tras de sí el eco de una promesa imposible, Erik visitó por última vez a su viejo amigo, el Persa.
Su voz, antaño capaz de llenar los pasillos de la Ópera con melodías celestiales, sonaba entonces apagada, quebrada por un dolor que no tenía cura. Le confesó al Persa que su corazón, fatigado por el amor y la soledad, no soportaría mucho más, moriría pronto, no por enfermedad, sino por amor.
Aquel encuentro habría debido ser su despedida. Sin embargo, el destino, ese artesano cruel que nunca se cansa de tejer trampas, tenía otros planes.
Pocos días después, el Persa fue secuestrado por hombres al servicio del Sha de Persia. O eso se creyó. Las órdenes eran claras: el ex Daroga debía ser llevado como garantía para obligar a Erik a regresar y poner nuevamente su genio arquitectónico al servicio del trono que una vez había abandonado.
Débil, consumido por la melancolía y convencido de que la muerte ya lo esperaba en cualquier esquina, Erik aceptó el intercambio. Nada le quedaba en Francia: ni amor, ni música, ni esperanza. Así, el Fantasma partió hacia Oriente, hacia la tierra donde su nombre aún era pronunciado en voz baja, con temor.
Pero al cruzar el desierto y adentrarse en los dorados muros del palacio, descubrió que el Sha no estaba detrás del llamado.
**Advertencia de temas sensibles para algunos lectores, se recomienda discreción: Escenas de violencia física, verbal, sexual. Temáticas suicidas, traumáticas, entre otros **