Hace milenios, el Reino de Hyrule cayó bajo el rugido del Dragón Negro -el último avatar de Ganondorf-.
En su final, Zelda sacrificó su alma para fundirse con la Espada Maestra,
mientras Albert Waldstein y su esposa Aria sellaron al dragón en las profundidades del mundo,
dejando atrás solo ruinas, una niña guardiana... y un niño dormido.
Siglos después, ese niño despierta.
Sin recuerdos, pero
El viento lo llama Bell.
Guiado por un anciano que es más de lo que aparenta,
Bell llega a la ciudad de Orario,
donde los dioses viven entre los hombres y el abismo engendra monstruos.
Sin saberlo, camina sobre los restos del antiguo Hyrule:
el Dungeon es el cuerpo sellado del Dragón Negro.
Mientras entrena, Bell descubrirá que su destino está ligado a una diosa del fuego, Hestia,
a una espadachina de mirada dorada, Ais,
y al eco de una voz dormida dentro de su espada -la voz de Zelda,
la luz que juró guiar al próximo héroe.
Pero el mal nunca muere.
El sello del Dragón se debilita, el pasado comienza a despertar,
y Bell deberá aceptar la verdad:
él no es solo un aventurero, sino el último heredero del Coraje.
Entre risas en la cocina, madrugadas con biberones y caricias silenciosas bajo una manta, Harry y Draco descubren que el amor no siempre viene con batallas épicas ni grandes declaraciones.
A veces, basta un susurro en la noche, una siesta compartida o una carta de Hogwarts en la mesa del desayuno.
En esta colección de momentos -sin orden, sin prisas- viajamos por recuerdos sueltos, pequeños destellos de lo que fueron, lo que son, y lo que jamás dejarán de ser:
Una familia. Un hogar. Unos adolescentes enamorados. Un amor que hace del instante, una eternidad.
Cada capítulo es una escena única, un abrazo al alma para quienes creen que el amor se encuentra en los detalles más simples.