En Metroville, donde los héroes surgen y caen como relámpagos sobre la ciudad, Hypershock siempre fue el ruido. El rugido que hacía temblar las calles, el joven arrogante que creía que un golpe bastaba para cambiar el mundo. Su poder -ondas sísmicas que partían el aire- era tanto una bendición como una maldición: tan ruidoso como su corazón, tan incontrolable como su deseo de ser visto.
Por otro lado estaba Universal Man, el héroe de la calma y la ley gravitacional. Su sola presencia hacía que el caos se detuviera, que la materia se ordenara. Era el tipo de héroe que Hypershock detestaba al principio: disciplinado, metódico, sereno hasta el punto de parecer frío. Donde Hypershock veía impulso, él veía peligro. Donde Universal Man veía orden, Hypershock veía represión.
Su primer encuentro fue una colisión literal. Una misión fallida contra un villano capaz de absorber energía sísmica los obligó a pelear juntos. Hypershock lanzó una onda demasiado fuerte, y Universal Man tuvo que absorber la energía para evitar que la ciudad se hundiera. Durante unos segundos, sus poderes se sincronizaron - la vibración del uno encontró el centro de gravedad del otro. El suelo no tembló: respiró.
Desde entonces, algo cambió.
Hypershock comenzó a entrenar en silencio al amanecer, intentando comprender la estabilidad que veía en los ojos del otro. Universal Man empezó a sonreír, apenas perceptible, cada vez que el joven impulsivo aparecía con nuevos moretones y un comentario burlón.
En las batallas, se volvieron inseparables. El uno generaba energía, el otro la contenía. El uno gritaba, el otro escuchaba. Eran como dos notas opuestas de una misma frecuencia: resonancia pura.
Pero fuera del campo, su relación fue otra guerra.
Hypershock quería romper la coraza perfecta de Universal Man, hacerlo sentir, hacerlo vibrar. Universal Man, en cambio, veía en Hypershock una fuerza que necesitaba anclaje, un alma que debía aprender a respirar antes