El Dueño De Mi Condena

No sé en qué momento mi vida dejó de ser solo mía.

A veces pienso que fue el día en que dije su nombre en voz alta, creyendo que era solo un juego, un susurro inocente en la oscuridad.
O tal vez, el día que él me respondió.

Dicen que los pactos se rompen con el tiempo.
Pero nadie me advirtió que algunos se alimentan de él.
Que hay promesas que no se olvidan, aunque cambies de país, de idioma o de piel.
Que hay sombras que aprenden a pronunciar tu risa, a dormir en tus sueños, a respirar contigo.

Yo hice un trato cuando era niña.
Un trato que nunca cerré.
Y cuando cumplí diecinueve, vino a cobrar lo que era suyo.

Al principio pensé que solo quería mi alma.
Pero no... lo que él buscaba era algo mucho peor:

mi amor.

Ahora entiendo que hay vínculos que no se deshacen ni con lágrimas, ni con plegarias, ni con fuego.
Que amar a la oscuridad es dejar que te reclame.
Y que él...
siempre fue el dueño de mi condena.