por Jorge Alfredo Castro Portillo
Esta no es una novela. O tal vez lo es, pero de una manera en que la narrativa se desangra en versos sueltos y la poesía adquiere la respiración jadeante de quien corre entre las calles de una ciudad que nunca duerme. Es el relato de una obsesión: la de descifrar el amor a través del dolor, de mapear la geografía de una herida que se niega a cicatrizar.
Escribí estas páginas desde el vientre de San Pedro Sula, desde la memoria ancestral de Copán y desde la burocracia gris de Tegucigalpa. Es una obra que nace de la imposibilidad -la de comprender, la de olvidar, la de amar sin destruir- y que, en su propio fracaso, encuentra su razón de ser.
Alejandro, el protagonista, es un espejo de mis propias contradicciones: el intelectual que anhela lo visceral, el poeta que teme a la felicidad por ordinaria, el hombre que confunde la posesión con la devoción. A su alrededor, un coro de personajes -Mario, el cazador de derrotas; Elena, la musa que se resiste a serlo; Claudia, la realidad que no pide permiso- tejen una polifonía sobre el mismo tema: ¿cómo amar en un mundo que parece diseñado para la pérdida?
El Zumbido y la Herrumbre es mi intento de responder, sin respuestas. De buscar, sin encontrar. De mostrar que, a veces, la única sabiduría posible reside en aprender a bailar con el ruido de fondo de nuestra propia ruina.
-Jorge Alfredo Castro Portillo
Lin Baige, con su pequeña clínica, transmigró para convertirse en la concubina favorita del tirano.
Justo cuando transmigró, el cuerpo original acababa de apuñalar al tirano, y en un mes, el gran ejército enemigo irrumpiría y lo llevaría a la guillotina.
Soltó un grito agudo y rápidamente le suturó la herida al tirano.
El tirano era un romántico empedernido. Creció con el cuerpo original y, sin importar la oposición de nadie, hizo que el original fuera la única concubina favorita en su harén.
Pero el original estaba enamorado del rehén del país enemigo. Para salvar al rehén, no dudó en entrar al palacio como concubino, usando el amor del emperador por él para sembrar el caos en la corte. A menudo se acurrucaba en los brazos del emperador, actuando de forma mimada, y hacía sugerencias similares a "Encender las balizas por diversión" (una metáfora de la frivolidad que causa problemas); el emperador siempre accedía con indulgencia.
Finalmente, el emperador se convirtió en el "tirano" en boca de la gente. Estallaron levantamientos por todo el país. El original aprovechó el caos para matar al emperador y liberar al rehén del país enemigo.
El rehén enemigo lideró a su ejército para destruir la nación del original.
El original esperaba que el rehén cumpliera su promesa de hacerlo emperatriz, pero al final, fue llevado a la guillotina.
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