601 días de duelo

Un muchacho roto hasta el tuétano inicia una escritura de 601 días. No busca consuelo: quiere demostrarle a quien lo dejó cuánto lo detesta. Pero cada palabra, lejos de vengarlo, lo desnuda. Se topa de frente con la pérdida de todo lo que lo definía, y cae -no una vez, sino hasta un fondo nuevo, más oscuro, más silente-.
Y, aun así, en ese descenso que parece no terminar, descubre algo inesperado: esta vez, no caerá solo.