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Cuando Luzu y su pareja deciden tomar unas vacaciones, Quackity se ofrece -con más entusiasmo que experiencia- a cuidar a Ollie, su hijo de dos años. Lo que no esperaba era que el pequeño fuera un torbellino de llantos, juguetes volando y biberones que parecían explotar solos. En medio del caos, y al borde del colapso, Quackity se pregunta si realmente está hecho para esto... hasta que su vecina toca la puerta.
Valeria, tranquila y paciente, ha cuidado niños toda su vida. Al ver la escena -Quackity con ojeras, Ollie llorando a gritos y la casa patas arriba- decide ayudar sin pensarlo dos veces. Lo que empieza como un gesto amable se convierte en risas compartidas, noches complicadas, paseos improvisados y una química suave que crece sin prisa.
Todo iba bien... hasta que Hawkins volvió a romperse. Desapariciones extrañas. Criaturas en las sombras. Puertas que se abren solas. Y, por alguna razón, él siempre está ahí.
Lo que empezó con miradas de desprecio y sarcasmo mal disimulado, se convierte poco a poco en algo más complicado: silencios incómodos, rescates inesperados, y sentimientos que no tienen sentido, pero que tampoco se van.
En un pueblo donde los monstruos se esconden en las paredes y la pérdida es parte del paisaje, tal vez lo más peligroso no es lo que espera en la oscuridad...
Tal vez es enamorarse de quien menos esperabas.