Dicen que el reino de Lycanridge nació sobre un antiguo juramento de sangre: la corona nunca caería, y la espada del cuervo nunca se quebraría.
Ambas promesas, una en manos de reyes... y la otra en manos de quienes dan su vida por ellos.
Enid Sinclair había crecido entre esas paredes doradas, bendecida con la luz que todos esperaban de una futura reina. Era la princesa destinada al matrimonio diplomático que uniría dos reinos, la hija del sol que debía entregar su brillo por el bien de su gente.
Pero en los rincones donde la luz no llegaba, donde las sombras respiraban con vida propia, caminaba Wednesday Addams: la espada del cuervo, la caballera más temida y respetada, un susurro de muerte envuelto en acero negro.
Ella servía solo al reino...
Y por ello, sin saberlo, había terminado sirviendo también al corazón de la princesa.
A Enid la habían educado para ver al cuervo como un símbolo de lealtad. Pero cada vez que Wednesday inclinaba la cabeza ante ella, cada vez que su armadura negra parecía brillar solo para sus ojos... esa lealtad se sentía demasiado humana, demasiado peligrosa.
El destino del reino estaba marcado.
El matrimonio con el príncipe Ajax se aproximaba, una alianza que evitaría la guerra. Las campanas ya se preparaban para el día en que Enid entregaría su libertad por la paz.
Sin embargo, en lo más profundo de la noche, cuando el viento hacía sonar las almenas como un lamento, la princesa soñaba con la misma figura:
Una caballera de ojos oscuros, cubierta de sombras, extendiendo su mano hacia ella como quien desafía al mundo entero.
El deber mantenía a Enid en su camino.
Pero el corazón... el corazón siempre había pertenecido al cuervo.
Y en algún punto entre la corona que la aprisionaba y la espada que la protegía, el destino comenzaría a quebrarse.